Viajar para frustrarse

Existe la creencia popular de que viajar nos hace felices. Estoy de acuerdo, pero pienso que los motivos por los que un viaje genera felicidad no son exactamente los que solemos imaginar.

Muchos creen que viajar es sinónimo de alegría porque permite desconectar de la rutina: no trabajas, estás de vacaciones, tienes tiempo libre, haces cosas diferentes, pruebas platos nuevos, compartes momentos con seres queridos… Todo eso es cierto, pero son placeres efímeros. Comer un helado, por ejemplo, puede darte felicidad inmediata, aunque unas horas después, si te duele el estómago, esa sensación desaparece. El placer instantáneo rara vez se traduce en verdadera felicidad duradera.

Lo que realmente convierte al viaje en una fuente de felicidad a largo plazo es la capacidad que tiene de ponernos frente a situaciones complicadas o desagradables. Superarlas nos fortalece y eleva nuestro umbral de frustración. Esa resiliencia es la que, con el tiempo, nos hace más felices.

Ejemplo 1: Los atascos

La ciudad más caótica que he visitado es Manila. Durante la temporada de lluvias, quedé atrapada en un atasco monumental: tres horas encerrada en un taxi rodeado de coches inmóviles, mientras el agua subía hasta las manillas de las puertas. Después de vivir aquello, cada vez que me enfrento a un atasco en mi ciudad me siento agradecida. Sé lo que es un verdadero infierno de tráfico, así que ahora un retraso de unos minutos no me altera. Subo la música y disfruto del trayecto.

Ejemplo 2: La comida

Hay países con una riqueza culinaria extraordinaria, capaces de sorprenderte cada día. Pero también existen lugares donde la gastronomía es limitada. Tras una estancia en uno de esos países, cualquier plato casero de tu familia se convierte en un lujo. Lo que antes era rutina, ahora lo valoras como un tesoro.

Ejemplo 3: El clima extremo

Cuando me mudé a Canadá en enero de 2014, me encontré con temperaturas de -35 ºC debido a una ola de frío polar. Cada mañana caminaba media hora hacia el trabajo con botas de nieve, abrigo, mallas térmicas y guantes de esquí. Después de esa experiencia, ¿cómo podría enfadarme por un simple día de lluvia en el que se me rompe el paraguas?

Ejemplo 4: La burocracia

Viajar también implica enfrentarse a colas interminables en aeropuertos, oficinas de extranjería o aduanas; rellenar formularios en idiomas incomprensibles; lidiar con funcionarios poco dispuestos a ayudar; o recibir multas por normas que en tu país ni siquiera existen.

Todas estas experiencias, aunque incómodas, nos hacen más resistentes a la frustración. Nos enseñan a distinguir entre un problema real y una simple molestia, a valorar lo bueno de la vida cotidiana y a comprender que la verdadera felicidad no se compra en una agencia de viajes: se construye en la manera en que aprendemos a afrontar las dificultades.